lunes, 19 de octubre de 2009

El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami


Tsukiko, la narradora de esta historia de amor, nos adentra a la vez en la crónica de un encuentro y en su propio olvido. Y no sólo lo consigue con el relato de un trasunto de hechos más o menos interesantes, sino que también aporta como rasgo de estilo la calidad del silencio. La elipsis y el uso dosificado de información logran sugerir y convocar al lector, como testigo cómplice, a un mundo propio. Una suerte de gusto agridulce parece envolver la historia. La soledad parece unir a sus protagonistas, pero también los gustos culinarios, las discusiones silenciosas, el aburrimiento cotidiano. Nada convencional, no sólo en su tratamiento sino también en la sutileza narrativa, esta historia es el producto de una aguda observación del comportamiento humano. La relación que se entabla entre la joven de 38 años y su antiguo maestro de más de 60 ofrece, desde el principio, la complejidad de las relaciones personales. Con un estilo sencillo, de oraciones cortas y con un ritmo ágil, Kawakami parece destilar, a través de una acción casi cinematográfica, el contenido de escenarios y situaciones que ofrecen al lector un gran estímulo sensorial. Ayuda una estructura donde los capítulos son como pequeños cuentos, que van desgranando la filosofía de una felicidad inesperada en clave metafórica y con gran contenido poético. Al igual que los haikus de Basho que van acompañando a la sabiduría académica del profesor Matsumoto, la impronta visual, predomina con una garantía que recuerda a Murakami y a Tanizaki. Sin embargo se desliga del primero en su contención imaginativa, en pro de una mayor verosimilitud de lo contado. La anécdota se desarrolla en un marco real y aunque con algo de ensoñación, se centra en la relación psicológica de un encuentro generacional.
La novela fue premio Tanizaki, y llevada al cine con gran éxito. Es la primera obra traducida al español de la escritora japonesa y ya ha salido la segunda edición.
H. ELDELBR

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