sábado, 3 de julio de 2010

Sylvia



Sus enemigos la llamaban la marimacho. Esta pequeña (en estatura) joven americana fundó con su vida a contracorriente una de las librerías históricas del Siglo XX, ya desaparecida (quien vaya a buscarla, se encontrará con un establecimiento en otra dirección, cerca de Notre Dame, también histórico, donde se pueden ver las fotos de Durrell o Ginsberg, con un ambiente bohemio de pasillos retorcidos, como si de una ciudad fortaleza se tratase, y paredes forradas de libros, dándole gran relevancia a las obras de Joyce, y con un programa de actos semanales, escalera angosta y empinada, un rincón para el aprendiz de escritor y otro para el lector que gusta del olor a papel añejo y de la luz oblicua del atardecer como seguros compañeros de viaje). Pero no será la que vio la luz en los años 20 del siglo pasado en la rue Dupuytren primero y ya luego en la rue de l'Odeon frente a la de su compañera y guía por esta aventura parisina, la experta y también librera A. Monnier. Y decimos librería histórica porque se convirtió en la arteria principal de un puñado de escritores que harían historia. Lugar de encuentro en la capital mundial de la cultura occidental (por esos años), fue casi inevitable. Como una isla paradisíaca donde el náufrago encallaba, llegaron a ella, por distintas rutas y circunstancias (Hemingway, Fitzgerald, Paul Valery, Valery Larbaud, Ezra Pound, Andre Gide, Sherwood Anderson y por supuesto Joyce).
Sylvia Beach no sólo fue librera, con lo que eso comporta, también fue una lectora entusiasta y la primera editora de la novela Ulyses del irlandés errante James Joyce. Cuando nadie se atrevía a sacar a la luz este experimento moderno (vida anodina convertida en épica, un día, el 16 de junio de 1904 en la vida de Leo Bloom, como homenaje y recuerdo del día en que Joyce conoció a su mujer Nora Barnacle).
En estas memorias tangenciales, resalta el hecho de Joyce y su obra. Puede leerse por ello como el testimonio de las mil y una vicisitudes por las que se topó el sinuoso camino editorial joyceano. O como una crónica contada en primera línea de estos años cruciales para la literatura universal. En cualquier caso el ejemplo de Beach la pone en primer plano. O mejor sería decir, que su papel de lectora y su tenacidad por mantener un modo de vida extraño para la época (soltera, posiblemente lesbiana, y dueña de una librería, y además editora de un sólo libro, aunque para algunos sea el libro de los libros) hacen que sea la verdadera protagonista de esta historia. Una historia de resistencia y de lecturas.


Óscar Hernández

miércoles, 12 de mayo de 2010

El "no lugar"








Uno:
Un canto a la bondad en un mundo destartalado. Un mundo vacío, casi abandonado en el solipsismo de los hombres, en el materialismo, en el interés económico o mercantil. Un canto tragicómico a la propia vida en mayúscula: la vida cotidiana, la del café y el olvido. La vida del alquiler mensual y de su regateo. Pues bien, de la metáfora de este canto monorítmico y aburrido trata esta increíble novela.

Dos:
Excusa para dirigir nuestra atención a la editorial Libros del asteroide. Editorial catalana que centra su empeño en rescatar autores desconocidos en nuestro país aunque ya consagrados. Otros ejemplos que suscriben lo dicho (y que también recomendamos): Postales de invierno de Ann Beattie y En lugar seguro de Wallace Stegner.

Tres:
Moonbloom y su calidad de vocación humana y solidaria, por tanto. Aunque quizás estas grandilocuentes palabras no hagan sino traicionar la humildad del narrador y del autor. Su proyecto: la crónica diaria de un cobrador de alquiler y su recorrido profesional por las propiedades de su hermano en pleno Nueva York. Para así plantear la dicotomía entre el materialismo deshumanizado y la acción también materialista en pro de un desprendimiento solidario y por momentos hasta místico.

Cuatro:
Desde un narrador omnisciente nos columpiamos a través de los pensamientos y sensaciones de nuestro héroe. Las continuadas visitas requiriendo el cobro a sus inquilinos se ofrecen como la estructura perfecta para desplegar un coro de personajes que se construyen a través de la relación con su inquilino. Sus silencios, sus comportamientos, sus quejas y sus peticiones. Pero también sus artimañas y sus engaños. Y ,cómo no, su propio desprecio y su propia compasión hacia el cuerdo-loco quijotesco protagonista, y hacia sí mismos comprende un retablo aunque monótono hasta más de la mitad de la novela, profundo y complejo en cuanto a su solución final, rozando la utopía.

Cinco:
Rodrigo Fresán habla en su escueto e informativo prólogo (modelo de este plagio mediocre e improvisado) de un joven escritor que en palabras de Vonnegut era junto con Salinger lo más representativo de la literatura de posguerra estadounidense. Un potencial truncado a los 36 años, cuando ya empezaba a despuntar (un libro suyo llevado al cine, una beca para escribir éste).

Seis:
Utopía, etimológicamente, como el "no lugar", creado por un inquilino que recuerda en su moralismo cervantino al caballero de la triste figura. Aunque no tan triste en este caso.

Siete:
Sinceramente, nos disgusta que esta parodia de prólogo tenga seis puntos (lo que suponemos un arrebato de superstición mal entendida). Y posiblemente a estas alturas los inquilinos de Moonbloom se nieguen a pagar el alquiler, o quizás, sólo quizás, a cerrar el libro. Buena lectura a todos.


Óscar Hernández

martes, 23 de febrero de 2010

Las correspondencias de la nimiedad










Cosmos
Witold Gombrowicz
Planeta. Barcelona. 1998. 1ªed.1965
235 pág.



Dónde están "los orígenes de la realidad" (palabras de Gombrowicz) y si se quiere, los límites de ella. Todo radica en organizar el caos aparente cual si detectives privados fuéramos. Cosmos se yergue como intento descomunal por organizar una realidad que se nos presenta desde lo cotidiano y nos provoca extrañeza. Publicada casi treinta años después que su hermana mayor Ferdydurke se mantienen aquí temas que ya quedaban trenzados (como una gran telaraña) entre realidad y creación, entre lo conocido y lo extraño o ajeno. Pero se va más allá. La Naturaleza es un templo cuyos vivientes pilares..., se comunican entre sí, se trazan líneas invisibles que nos hacen responsables (potenciales) de la deformación en ese cristal cóncavo en que nos reflejamos y nos perdemos tantas veces. La mayoría de nosotros obviamos lo que se nos ofrece en bandeja de plata (quizás la cabeza del Bautista) para desentrañar o conocer la realidad (o nada). Huir de la realidad cotidiana para embarcarse en una realidad desdibujada pero más real. Un gorrión colgado de un alambre que desemboca en señales, flechas borrosas que señalan un lugar concreto donde se divisa un palito que cuelga de un hilo, un gato ahorcado por la mano consciente del protagonista. Bocas que se superponen como primeros planos de un film que sólo está en nuestra mente. Bocas que, oscuras (una de ellas deformada), nos sumergen en lo sexual. Heraclio está presente en todo momento, y Euclides y Góngora. Soledades.... necesarias para desentrañar la ignominia de cada cual, el periplo invisible de esas señales que se nos presentan y que la mayoría de veces no vemos, o ignoramos porque nos puede el miedo.
Con forma de novela policial y bajo el auspicio de lo desentrañable (de lo por descubrir) el genial Gombrowicz nos impulsa hacia atrás o hacia adelante (indistintamente) en ese afán que tanto persiguió al escritor cuasi-argentino y nos persigue a sus lectores por re-descubrir la sonrisa, el monstruo o el asesino que llevamos dentro. La necesidad de establecer un orden en el caos de la vida a través de dos series, como mínimo, las bocas y los ahorcamientos. Este es el primer paso, que tan bien observó Deleuze en una reseña sobre Cosmos, para trascender las fronteras que nos separan de un abismo sexual, donde la palabra berg se convierte en detonante o big bang de Todo. Necesidad espiritual que nos ayuda a respirar un aire de por sí ya viciado con tanta oscuridad, palabra no dicha o silencio.
Esta novela fue galardonada con el Prix International de Littérature en 1967. Desde nuestro punto de vista recomendamos fervientemente la obra de Witold Gombrowicz, desde sus Diarios, pasando por Los Hechizados y cómo no, Ferdydurke,....


Samuel R. H.

lunes, 22 de febrero de 2010

el gran vila-matas


Dietario Voluble
Enrique Vila-Matas
Anagrama. Barcelona. 2008
286 pág.





lector incansable, demoledor, descubridor, Vila-Matas logra continuar la estela ensayística de una literatura que bebe de autores tan dispares como Montaigne, Sterne, Schwob, Borges, Machado de Assis, Roussel, Kafka, Breton, Cortázar, Wilcok, Lem, Gombrovicz, Nabokov, Perec, Quenau...El otro día lo hablábamos, Samuel y yo, comiendo una ensaladilla estupenda y rodeado de una euforia contenida por el inédito de Bolaño ya en nuestro poder. Samuel me ensañaba un libro de Gombrovicz, Cosmos, y comentaba todas la virtudes de una literatura antiacademicista como la suya, una literatura subversiva, una bomba de relojería que le estalla en la mente del lector una vez pasado el entusiasmo de la primera lectura. Una lectura que siembra una especie de amnesia casi automática (de qué iba Ferdydurke le preguntaba a Samuel, apenas la recuerdo) que te empuja destrozado por la detonación a sumergirte de nuevo, los fragmentos de ti, lo poco que sobrevive, para así reconstruirte de nuevo con las piezas de este puzzle (La vida instrucciones de uso de Perec). Y de pronto hablando y tragando se me atascó la modernidad. Toda aquella burla, metaficción, ensayo, experimento literario, era un asunto demasiado serio (así me lo insinuó Samuel, evitando que lanzara en mi entusiasmo dialéctico el vaso del cortado). Y recordé el dietario voluble de Vila-Matas, el retrato de Casa Ros, un escritor sin rostro nacido en 1972, enigmático escritor a quien nadie ha enseñado su no rostro. O de cómo se asombraba, leyendo en el Borges de Bioy que su mujer Silvina Ocampo, no quisiera tener a este genio comiendo todos los días en su casa (me imagino esta pareja, riéndose por un giro inesperado en una novela de Chesterton). Sería un genio pelmazo. También recordé la coincidencia tantas veces comentada entre aquellos cuentos, uno de Cortázar y otro de Bioy, escritos en la misma época y que tratan básicamente de lo mismo. Y supe como tantas otras veces, aunque se olvide pronto, aunque nos engañemos con un ordenamiento simulado, que la vida se gobierna a través del azar, que diariamente nos ocurre y que por medio de la literatura se marcan mapas o itinerarios lúdicos o demasiado tristes para explicarlos, para explicártelos. Un ejemplo: el prólogo de la edición que manejo de Las amistades peligrosas de Laclos lo escribe el poeta catalán muerto en los años 70, Gabriel Ferrater. Pasado un día de aquella consulta, y de quedarme maravillado por lo bien que estaba escrito, me llega a mis manos Idiotas primero, extraordinario libro de cuentos de Bernard Malamud. A Malamud le hago caso porque lo nombra Vila-Matas en una anécdota entre Malamud y Phillip Roth. Cuando me doy cuenta veo que el traductor es Gabriel Ferrater, a quien conocí por Bolaño, a quien a su vez no deja de mencionar su amigo Enrique Vila-Matas.

Dietario Voluble trata de la vida lectora y literaria de su autor entre los años 2005 y 2008 y está empapada de azar y de pequeñas historias estimulantes, de grandes viajes, de una vida libre y bohemia que envidiamos con una incipiente amnesia tras la prometida explosión.

Óscar Hernández

jueves, 18 de febrero de 2010

vigencia

El capital Tomo I/ Vol. 1
Libro primero. El proceso de producción del capital
Karl Marx
Traducción de Pedro Scaron

Siglo XXI editores. Madrid. 2008
381 pág.


La obra de una vida, el esfuerzo casi sobrehumano que hizo este hombre para rastrear la miseria obrera, su injusticia, su desigualdad allá por la mitad del siglo XIX, cuando legisladores y jueces presenciaron la organización del movimiento proletario. Todo esto y su explicación determinista y sistemática, más la previa definición de todo un lenguaje técnico con el que se aspira a la disección científica de la Historia y a su premonición, invirtiendo la dialéctica de Hegel. Todo eso y la crónica de un idealismo, de un humanismo que queda no tan escondido tras la verborrea científica. Verborrea que tiene unos momentos de verdadera hipnosis (léase la distinción entre valor de uso y valor de cambio, o la aristotélica diferencia entre economía y crematística, es decir entre D-M-D y M-D-M donde D representa el valor en forma dineraria y M la mercancía, por tanto la consecuencia del primer ciclo viene a ser el de la creación de capital, la crematística, mientras que el segundo ciclo se corresponde con el de la economía funcional, el de la subsistencia, por lo que la mercancía seguiría conservando su valor de uso y no puramente el de intercambio). Marx, va insertando, en este primer volumen, una serie de definiciones básicas sobre los engranajes del sistema capitalista: la mercancía, el dinero, el valor (de uso y de intercambio), el plusvalor. Para emprender con estas fundamentaciones casi matemáticas el análisis más feroz y que tantas y diversas aplicaciones prácticas se ha dado en la Historia reciente. Aunque sea una obra decimonónica y mucho de sus aciertos se contextualicen y se agoten con su época (ahí tenemos a Michael Moore repitiendo, en su última ficción-documental aquello de que el socialismo y el capitalismo son ideas antiguas, una del S. XVI y la otra del S. XIX, y que ya es hora de aportar algo nuevo) nos parece que su vigencia radica en la poderosa agudeza para desarticular un mecanismo que por beneficiar a unos pocos se mantiene a través de la ignorancia, y de su supuesta condición natural, a través del mito de la autoconservación en la burbuja mediática, sin ser conscientes de nuestra contribución a la desigualdad. Las crisis económicas en su dimensión macroeconómica donde importa mucho la especulación en bolsa y los manejos de las grandes multinacionales no son un invento de estos días (simplemente hoy su entramado resulta más sofisticado y por tanto más indetectable, léase Una extraña dictadura de Viviane Forrester, donde se empieza recordando que los despidos producen beneficios en bolsa, y que por tanto es falso que la economía, bajo la directriz capitalista y neoliberal, se sustente en la creación de empleo y que ciertas afirmaciones como que "el empleo depende del crecimiento" son radicalmente opuestas a la realidad).

La desigualdad que tanto horrorizó a Marx y por la que dedicó sus horas como aquel profeta del desierto, cada vez es más profunda. La vigencia de la obra que aquí comenzamos a reseñar en la mítica edición de Siglo XXi, radica en que su lectura aún no se ha agotado.


Óscar Hernández

miércoles, 17 de febrero de 2010

un sacrificio impuesto

Carpe Diem
Saul Bellow
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Barcelona. Debolsillo. 2009

170 pág.

Sin salida se encuentra el protagonista de esta historia. Con casi 50 años Bellow nos lo retrata dentro de la trampa que ha dispuesto su propia insatisfacción ante la vida. Algunos lo denominarían incapacidad para crecer o madurar, otros simplemente mala suerte. Separado de su mujer a quien ya no soportaba, debe pasarle una pensión para mantenerla a ella y a sus dos hijos. Despedido de su trabajo como jefe de ventas intenta salvarse invirtiendo en bolsa, aconsejado por Tamkim una especie de psicólogo estafador. Su padre casi octogenario que no disimula el profundo desinterés por su situación actual, se negará a prestarle dinero.

Y junto a tanto fracaso se nos insinúa la burla del destino con un personaje amargado y patético, testigo de sus continuos errores. No tiene suerte, pero sigue apostando. Sigue esperando, que la tan manida fortuna advierta su presencia por una sóla vez. Creyendo en el carpe diem. Valentía, estupidez o ambas cosas. Parece que Bellow nos advierta sobre las frustraciones y el precio tan alto que hay que pagar para enfrentarse a ellas. Por eso desde la ironía el soñador no tiene sino tropiezos. Sin embargo y aunque el narrador nos muestre los hilos de este teatro de marionetas, nos quedamos con el talento para montar una psicología fragmentaria, a través de los recuerdos, miedos y sombras, descubiertos para el lector y confirmados para el protagonista, en este particular viaje hacia el desamparo, derivando en una parada imprevista: el duelo de un desconocido y la explosión en llanto de nuestro héroe. Quizás la metáfora de dos fenómenos vitales: una muerte inesperada ( la de su propio sueño) y un sacrificio impuesto.


Óscar Hernández

martes, 16 de febrero de 2010

Zig-zag


Proust y los signos
Gilles Deleuze
Traducción de Francisco Monge
Barcelona. Anagrama. 1970
188 pág.


El estudio de la obra magna de Marcel Proust, se nos revela en su profundidad y acierto analítico, como una suerte de invención casi autónoma. Y aunque se haya dicho tanto de En busca del tiempo perdido, de su excepcionalidad y de su trascendencia en la historia de la literatura del siglo XX, el estudio de Deleuze, un referente clásico en estos días, nos invita a la releectura paciente de una obra posiblemente inagotable. Y nos aleja de la creencia de aceptar ciertas claves centrales hasta el momento, para seguir reflexionando sobre los recuerdos novelados, estudio psicológico y la concepción del arte como salvación ante el tiempo imparable. Lo que busca Proust es la verdad y la perspectiva temporal hará su aportación.

Deleuze nos advierte que a pesar del papel trascendente de la memoria, su pulsión involuntaria, el mecanismo de asociación de imágenes que traslada al héroe a un estado de renacimiento casi inconsciente, lo que realmente supone una aportación original es el esfuerzo de la inteligencia y de la intuición por parte del narrador de esclarecer su vida, de crear su obra-vida. La vida como obra de arte para poder salvarla de la muerte, es decir del olvido. El yo emocional tiene esa importancia estética y moderna (luego llegarán Joyce, Woolf, Beckett..., y nos hablarán de otros mecanismos desde un excepticismo y silencio más probable).

Gilles Deleuze hace un recorrido exhaustivo por las siete novelas que conforman uno de los corpus literarios más soberbios (para algunos eternamente aburridos, para otros testimonio insólito de una vida consagrada a la literatura). Las referencias a Las mil y una noches, a Balzac y a Chateaubriand son claras, pero también a Laclos y a Dostievski con la explicación instructiva de Los hermanos Karamazov que el protagonista le hace a Albertina. El fundamento filosófico de Bergson también es evidente. Por eso lo que origina el interés de este ensayo es la revisión de ciertos mitos que planean en torno a la investigación de la obra proustiana. La magdalena del principio o la loza del final, como recursos estilísticos, no hacen sino esconder la materia prima con la que se construye el tiempo buscado: el recuerdo es una ficción sustentada por los signos, que no son otra cosa más que una combinación de realidad tangencial e incognita intuitiva e indescifrable. Un ejemplo que da Deleuze: cuando nuestro narrador-protagonista contempla el paisaje desde un tren yendo de un lado a otro, y observa la imagen que se ofrece en una ventana y en su opuesta, lo que interesa es ese movimiento de zig-zag: la superposición de planos y perspectivas como paso previo para una obra totalizadora. Para ello es necesario concebir el mundo como algo descifrable, hasta cierto punto (el de la obra de arte). El amor es la interpretación de los signos de la persona amada, por ejemplo. La labor interpretativa se sustenta en la capacidad de metaforizar. Quizás por eso en la última novela: El tiempo recobrado, una especie de tratado estético donde se puntalizan y se justifcan los planteamientos de toda la obra, el narrador apueste por la literatura antes que por la vida.


Óscar Hernández

miércoles, 27 de enero de 2010

la fábula trágica

Jude el oscuro
Thomas Hardy
Traducción de Manuel Rodríguez Rivero
Punto de lectura Madrid 2002
586 pág.

En un mundo de imposición legal como éste, en el que nos ha tocado vivir (una ley dictada por la razón moderna, lastrada por la tradición) las convenciones y tradiciones se separan de los instintos y de la propia voluntad. A finales del siglo XIX en Inglaterra, nuestro presente se estaba fraguando, porque la desigualdad social y económica suprimía cualquier vocación que no se correspondiera con la clase a la que se pertenecía por nacimiento (aunque al menos empezaba a despertar una conciencia de lucha hoy, tristemente, caduca). De eso, entre otras cosas, trata esta novela: la lucha entre lo que se debe realmente hacer y lo que te exigen que hagas. Cuando la exigencia social, llámese convención o costumbre, llámese realidad materialista y desigual, se enmascara de moral y deriva en un legado ético aparece el conflicto. Jude Fawley, nuestro protagonista, simboliza el ansia de sabiduría, desde que lo conocemos de niño despidiéndose con lágrimas en los ojos del profesor de su pueblo, condenado por su falta de medios y por su hábitat rural a soñar lo imposible: estudiar en la universidad; hasta sus treinta años de vida, cuando después de varios intentos y de baches, su formación se ha basado en la experiencia del autodidacta (por ejemplo: aprende latín por su cuenta). Una sabiduría que está en los libros. Y éste es el segundo tema, quizás más relevante que el leit motiv del principio: el aprendizaje (si es que lo hay) no reside en las obras que lees, sino en la huella que te dejan, (esa huella se convertirá en cicatriz abierta una vez se exponga a la realidad demoledora). La experiencia es una combinación de saberes y de adaptaciones más o menos estables que nos recuerdan lo que podremos ser todavía. Jude se casará con Arabella sin cumplir los veinte años, y el matrimonio será un desastre: él para ella representa un pelele, siempre con sus libros de aquí para allá, y con ese espiritualismo tan extraño. El personaje de Arabella, foco misógino del autor, es el retrato de la mujer despiadada y práctica, con unos detalles de crueldad que asustan. Sin embargo, no tardará Jude en encontrarse en el camino con su otra mitad espiritual, su prima Sue: será éste el único amor, fundado en el intelecto y en las mismas aspiraciones, el verdadero eje central de la historia, el que impulsará a Jude a luchar por estar junto a su alma gemela: frente a las leyes civiles una ley natural que las gobierne (tesis del novelista). Hardy se atreve así en 1896 a tratar tabúes y a combatir con una novela moral los males de una sociedad en crisis, donde empieza a cuestionarse el moralismo victoriano.
En el prólogo, Rodríguez Rivero, nos habla de la diferencia que establece Javier Marías entre los novelistas-mapa, con tema y estructura fijos y con un final buscado, de los novelistas-brújula que desarrollan el tema, con la plena incertidumbre de por dónde les puede conducir su historia. Thomas Hardy pertenece al primer modelo, y quizás ese rasgo haga que, con frecuencia, el autor hable como un ventrílocuo a través de sus personajes, lo que por otra parte le lleva, a repetirse con cierta perseverancia, transmitiendo al lector la sensación de dominio y de fatalidad absoluta. Pero pensamos que eso forma parte de su estilo. Su habilidad reside en la sucesión meditada de las escenas (constituyendo un conjunto orgánico y dramáticamente eficaz), y su correspondencia con un momento de hondura reflexiva y de cambio en el héroe que podríamos llamar progresión interna. Hardy consigue emocionar y aburrir (supera con creces lo primero). Y logra que la historia nos interese por lo que cuenta y por cómo lo cuenta a través de un personaje que cobra vida no sólo con lo que hace, sino con lo que se ve obligado a hacer. También ayudan las pequeñas historias que orbitan, se amoldan y ofrecen un complejo escenario muchas veces desolador: el paisaje moral se va convirtiendo así en una fábula trágica.
Jude el oscuro
es una metáfora del amor y de la lucha contra las convenciones, pero también de la fidelidad que uno mismo contrae con su escala de valores y con sus propias ideas. Y eso en literatura, como reflejo de la realidad, no suele acabar en un final feliz. Quizás porque el final feliz no exista, salvo como consuelo pueril. Quizás porque ese final hay que construirlo diariamente, con coherencia, responsabilidad y entrega. Thomas Hardy nos da una lección (ya se la dio a la sociedad de su época) y nos advierte cuál es el precio por ser uno mismo. O al menos por intentarlo.

Óscar Hernández

jueves, 21 de enero de 2010

La razón crítica


La sociedad abierta y sus enemigos
Karl Popper
Traducción de Eduardo Loedel
Barcelona. Paidós. 2006
714 pág.




Aparentemente Popper plantea un modelo de sociedad abierta y a sus enemigos, pensadores que han contribuido consciente o inconscientemente a fundar con sus sistemas sociológicos, el desarrollo o la manifestación en disitintas épocas de lo contrario, es decir de la sociedad cerrada: cuyas características comunes parecen trascender la temporalidad. Pero claro la cosa no es tan simple, lo que Popper realiza es una evaluación de estos nostálgicos del pensamiento único y de la tribu: Platón, Hegel y Marx. Y a pesar de su parcialidad y del fulminante análisis que aplica a los tres, colocando, por ejemplo, a Platón como un traidor de su maestro Sócrates, y a su obra La República como una campaña casi electoral sobre su vaildez como gobernante, y a tal estado como una representación primigenia de lo que en el siglo XX se llamaron estados totalitarios, Popper nos recuerda su perspectiva histórica, en contraste con el contexto de estas figuras de la historia. Y es este método el que subyace en el posicionamiento crítico, el que socava la pretensión de Popper o el que la salva. Su ataque contra el historicismo ( planteamiento metodológico que considera la existencia de ciertas leyes atemporales y universales que gobiernan el curso de la historia ) le lleva a afirmar que la historia carece de significado: la llamada historia es en realidad la historia del poder político, la historia de la humanidad es imposible, se acercaría, más bien, a los pequeños relatos de la gente anónima, tendría que abarcarlo todo, sin discriminación. La siguiente pregunta que se hace es: ¿por qué se ha elegido la historia del poder político, entre las otras? Una razón, dice, es porque el poder actúa sobre todos; otra, que los hombres reverencian el poder, adoración que nace del miedo; y una tercera razón, que aquellos que detentaron el poder quisieron ser reverenciados. ¿Cuál es por lo tanto la alternativa?: la suya, la que propone, ofreciendo como modelo esta obra, es la del ensayo sociológico, una evaluación, pormenorizada y tangencial para construir un relato fragmentario expuesto a revisión, para aproximarse a cierta verdad, casi inaccesible. La aspiración a un mundo mejor por medio de la ingeniería social.
Si contextualizamos a Popper, esta obra de 1945 es un alegato argumentado y razonado, no impuesto ni dogmático, contra los abusos de poder: la redefinición de la democracia es urgente, también su vigilancia. Ese recordatorio aún se mantiene. La democracia, la coloca Popper, en vista de los otros proyectos políticos, y sus prácticas, como la mejor forma de gobierno: siempre advirtiéndonos en su ejercicio de razón crítica sobre las imperfecciones de dicho postulado y el peligro de abandonar en manos de los gobernantes la dirección de nuestras vidas.
Asombra el inmenso corpus intelectual, las múltiples lecturas y el suficiente coraje, para enfrentarse con los cimientos de nuestra concepción sociológica y política. Su tesis queda corroborada con una constante invocación a lo que los otros han dicho, siempre con la intención de enhebrar su propio discurso: de Hegel dice que fue un promotor del imperialismo (que lo mantenia y lo subvencionaba), y que su idea del absoluto (viaje de lo material a lo ideal) y la visión de la dialéctica como argumento de la historia del hombre, esconde la justificación de la política del momento; de Marx, piensa, que es un profeta y que su ajuste científico no perdura, que ha sido superado, aunque admira su empresa y lo reseña como un fiel retratista de una época proletaria especialmente miserable y cruel.
Finalmente abre la puerta para la discusión, defiende el desacuerdo y el racionalismo dialéctico y crítico. Y nos estimula para comprobar qué hay de popperiano en nuestros días: esa fe por lo racional, por la comunicación y el pensamiento constructivo en constante alerta. Y, por supuesto, también para que averiguemos qué hay de popperiano en nosostros mismos.
La sociedad abierta y sus enemigos
de Karl Popper, obra polémica, proyecto ambicioso y necesario que invita a la releectura, a la suya, a la de las obras que menciona, a lo que nos enseñaron, a lo que nos ocultaron, a la del propio sentido de la historia...

Óscar Hernández

miércoles, 20 de enero de 2010

Piedad literaria

La Charca del Diablo
George Sand
Traducido por Matilde Santos
Madrid. Cátedra. 1989
224 pág.

En la relación epistolar entablada con Flaubert, esta excelente escritora, modelo extraño de mujer independiente, aristócrata y liberal, de principios del siglo XIX, le reprocha que no tenga más piedad con sus personajes. Aquél le replicaba que era cuestión de carácter: la imposibilidad de conciliar la realidad con el deseo (dura labor cernudiana) aboca a sus protagonistas a sufrir la censura social, y el propio desfase de su nostalgia ciega: la conciencia del mundo es un enorme y soporífero infierno cotidiano. George Sand, al menos en este cuento cumple con su prescripción terapéutica: redime a sus héroes del sufrimiento y el infortunio, dándoles una segunda oportunidad. Dos visiones, por tanto, dos soluciones contrapuestas propias también de dos estilos muy diferentes. El de Sand, cercano al sentimentalismo romántico, donde los personajes ofrecen un repertorio de reacciones de súbito llanto en la alegría y en la pena que hoy en día nos resulta inverosímil, pero que forman parte de la época (recuérdese obras tan dispares al tiempo que comunes como Werther de Goethe, Adolfo de Constant o Enrique de Ofterdingen de Novalis) y de la concepción estética de una representación de lo emotivo, y una defensa precisamente de la bondad intrínseca del ser humano (la resonancia rousseauniana es evidente). Quizás por eso Sand da una lección moral en esta obra: la fábula del joven labrador viudo, y con tres hijos, que añora terriblemente a su esposa, con menos de treinta años cuyo suegro le anima a volverse a casar. Lo que supone el casamiento por razones prácticas (la candidata a la que ha de cortejar es otra viuda con una buena renta a la que le sigue un pequeño séquito de pretendientes), se convierte en un obstáculo ante el amor nacido del contacto directo, aunque posiblemente censurable, por tratarse de una joven de tan sólo dieciséis años. Esta última reúne sin embargo, a pesar de su edad, las virtudes para ser una buena ama de casa y una perfecta madre para sus hijos, además de ser humilde y honesta. Y estos son los valores que Sand resalta y que utiliza para dulcificar la penuria del trabajo en el campo, de la crudeza, analfabetismo y desamparo real que acompañaba en esta época una vida así. La piedad cristiana invocada, trae la felicidad y compensa tanto sufrimiento. Planteado de esta forma posiblemente sea preferible la incapacidad flaubertiana para trucar el rumbo de sus personajes. Sin embargo La charca del diablo es una obra maestra de la confianza en el ser humano piadoso y cruelmente bueno. Sus referencias a la tradición y su marco irracional, con leyendas y ceremonias trasladan al lector a un mundo perdido e inventado, donde se aprecia el sencillo y magistral engarce de la historia, con unos protagonistas bien dibujados en sus conflictos internos.

Óscar Hernández

martes, 19 de enero de 2010

las ruinas de la belleza


Noviembre
Gustave Flaubert
Traducido por Olalla García
Madrid. Impedimenta. 2007
144 pág.





Obra de juventud donde se aprecia la habilidad para la descripción de los sentimientos. El joven Flaubert aborda un ejercicio de estilo, proponiéndose la escritura de algo tan abstracto como la pérdida de la inocencia, el descubrimiento del amor carnal, del sexo. Tras una primera mitad en la que se detiene a contar los altibajos de una adolescencia solitaria, plena de momentos únicos y poéticos, donde un paseo por la playa puede significar el encuentro con un ser superior, donde la incomunicación se nutre del diálogo consigo mismo, donde el mundo, en definitiva, es conquistado por el sentimiento y por el análisis psicológico, el narrador-protagonista se retrata a sí mismo en su soledad alimentada por la imaginación y la épica de la egolatría adolescente: esa vejez disfrazada de juventud, una impostura en el camino, donde el joven se convence poéticamente de su eternidad, al tiempo que se condena a una muerte irreal y también eterna. Este héroe que piensa haberlo vivido todo y saberlo todo, y cuya curiosidad no hace sino acrecentar lo inventado, vive y sabe de su invento, no como artificio, no como algo teatral, aunque lo suyo sea una representación de su ignorancia, más bien su herocidad estriba en el sacrificio de ese mundo creado por su sombra. Será entonces cuando empiece a vivir. Las ruinas de la belleza imaginada provocarán que su idealismo quede empapado de experiencias.
La anécdota que nos ofrece es el del romance con una prostituta, parte central del libro, con momentos arriesgados donde la joven confiesa su virginidad amorosa: en cuanto él le diga que ella supone su primera vez, ésta descubrirá, tras tantos otros hombres, también su primera vez, y por lo tanto a los dos les unirá el vínculo de la belleza, fugaz y cruel. Flaubert vuelve a destacar como narrador : su maestría para la descripción y la composición del espacio es notable: el tálamo donde los dos amantes mantienen sus escarceos, la luz oblicua del sol, las cortinas de terciopelo, los detalles y el tiempo. Más tarde llegará el desencanto. La belleza, antes inventada, será, ahora, recordada y maldecida precisamente por su despiadada precariedad.
Gustave Flaubert renegó de este temprano y precoz trabajo: Noviembre. Fue publicado póstumamente, en 1910. Y es verdad que se trata de una nouvelle irregular, con un comienzo sorprendente cuya cadencia va apagándose a la vez que cansa su monotonía, recurriendo constantemente a una situación estancada. Aparecen buenas ideas, pero se quedan solas ante lo vacío de la experiencia. De todas formas la novela resurge con el retrato de la prostituta y su historia (posiblemente lo más interesante y arriesgado, donde el personaje femenino declara abiertamente su crónica sexual, desde que era una niña). Y muchos huebiesen querido escribir algo así con 20 años. El Flaubert de La educación sentimental y de Madame Bovary iba fraguándose en este hermoso relato sobre la belleza, el sexo, la adolescencia, la soledad y tantas otras cosas que nos convocan y nos conforman proyectando lo que fuimos y seremos.

Óscar Hernández

miércoles, 13 de enero de 2010

De lectura obligatoria





Sobre los acantilados de mármol
Ernst Jünger
Tusquets Andanzas
224 pág.




Hay veces en que una premonición no es tal; hay veces en que presentimos, o creemos presentir, el futuro, y no es más que fallos de conexión que se producen entre neuronas. Alguien me dijo un día que conocer el futuro era posible sólo y cuando fuéramos capaces de contemplar y comprender el pasado. Pero la línea euclidiana hacia adelante no es tan perfecta: Juan Luis González me hablaba, un día de café y frío, de la posibilidad matemática de que existan en el universo muchas más dimensiones de las que presuponemos aquí. Hay asuntos que no podemos explicar basándonos, únicamente, en manuales que para algunos procuran la felicidad. No todo se puede explicar. El ser-humano es y será una incógnita para mí y para muchos (no me cabe dudas al respecto) debido a su forma de actuar, debido a eso que llaman Ego, debido al ansia de poder (que no amor) para con el propio hombre. Existen guaridas donde parece que la ignominia nunca llegará; la Marina, lugar donde Jünger ubica su historia, pareciera cumplir esta idea, paraíso cercano a lo ancestral. Pero pronto, y bajo la mirada del protagonista, primera persona que nos hace cómplices, descubrimos que la serenidad y suavidad propia de los cuentos de Hadas con que el autor nos brinda su historia, se convierte en oscuridad, en arma arrojadiza con la que el Gran Guardabosque se procura los lares de su tiranía. La novela está repleta de personajes míticos, de botánica, de historia, de ira y sublevación. Reflejo de tantas dictaduras, de tantos acontecimientos que han hundido al hombre en el lodo o deborado por la fauces del lobo hambriento, quizás lo único que intentó hacer Ernst Jünger fue describir sucesos históricos tales como la subida al poder de Hitler y la persecución del pueblo judío. Recordemos que la novela apareció en 1939. Cuán cuidadosos debemos de ser. "Analizar la actualidad para no ser engañados", les repito hasta la saciedad a mis alumnos de clases particulares. Hace unos días tomábamos café y té, Óscar, yo y unos cuantos libros (ya te digo), y salía a relucir de entre el humo del cigarro uno de las joyas que traía consigo Óscar, La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper. Entre oquedades y silencios aparecía la figura de Platón como uno de los primeros "teóricos" de la tiranía e impulsores de gobiernos dictatoriales... Gracias Óscar. Todo conectaba y se entrelazaba; justo esos días, incluso antes de toparme afortunadamente con la obra de Jünger, pensaba, esporádicamente, en La estética de la resistencia de Peter Weiss, algo me decía que, de forma inevitable, estamos condenados a mirar de frente a la bestia (o Gran Guardabosque) e intentar en la medida de lo posible resistir como sea en honor a la ... Estuve a punto de decir "Verdad", pero qué verdad, ¿existe, en realidad, una verdad que nos ampare a todos? Por supuesto ya sabemos la respuesta a esta pregunta.
Samuel R

lunes, 11 de enero de 2010

el aprendizaje baldío


El mago
John Fowles
Traductor: Enriqu Hegewicz
Barcelona Anagrama 2002
576 pág.


La novela El mago de John Fowles sorprende y engancha desde la primera página: viaje hacia las profundidades de la psique humana y de sus representaciones varias, ha sido definida por su autor como la recreación del duro oficio de creador. Y es cierto que aunque pueda interesar el argumento, por cierta empatía con las reflexiones del protagonista, por su momento vital, por sus confesiones contradictorias, por su humanidad en peso, quizás lo que sostenga el cúmulo de peripecias, la trama inverosímil y monótona, la sensación como lector de pensar que todo lo que te cuentan, lo que le cuentan al héroe no es real, sea precisamente la búsqueda de sí mismo en la pura niebla de la ficción. Ya lo apuntábamos con Vila-Matas, todo lo que hace Nick, alterego del propio Fowles, es procurarse material literario.
Hablemos un poco del argumento: Nick, un joven profesor que reside en Londres, donde conoce a Allison, una azafata australiana. Ambos mantienen una relación apasionada e inestable, hasta el punto de que él decide marcharse, cambiar de aires. Su destino: un colegio inglés en Grecia. Allí conocerá a Cochinos, el mago, el mentalista, el personaje de mil caras, una especie de guía sádico que le iniciará en el mundo de lo oculto. Pero claro, todo es apariencia. Y cuando la historia del enigmático Cochinos parece cansar con su pasado legendario (relación con los nazis, sacrificio y decisión moral) y sus capacidades psíquicas, la novela cambia de registro: de lo sobrenatural y misterioso pasamos a lo psicológico, o como dice Nick, en paráfrasis: de Henry James he pasado a Kafka. En la isla de Phraxos, en la mansión de Cochinos sufrirá una terapia impuesta, y quizás buscada: todo será pura representación (puede recordar al teatro experimental de Augusto Boal), con el fin de forzar al paciente involuntario a descubrirse a sí mismo ( tal vez por eso se trate de una metáfora del ejercicio creativo, del impulso que te lleva a transformar lo real en ficticio, o viceversa).
En cuanto al estilo se aprecia un andamiaje aparatoso que oculta el edificio que se quiere restaurar. Finalmente, siguiendo el símil, no hay edifcio: sólo un joven asustado, que se debate entre la moral y el instinto. Novela de adolescencia tardía, visión del mundo como puro aprendizaje, muchas veces, baldío.
La lectura de El mago deja un gusto amargo y un interrogante sobre nuestros tabúes, miedos y convenciones. Y no da, afortunadamente, una respuesta definitiva, sólo consigue que sigas preguntándote.

Óscar Hernández

lunes, 4 de enero de 2010

la humildad del buen narrador


Tres vidas de santos

Eduardo Mendoza
Seix Barral Barcelona 2009
192 pág.



Tres retratos distintos, por su estilo y por su temática, que tienen en común el descubrimiento de una verdad relativa, la de los fastos sociales: la fama o reconocimiento social, la frágil perspectiva y su recomposición en mentiras institucionalizadas, dando la espalda a lo que nos hace más genuinos: la sorpresa cotidiana y las relaciones afectivas. En el primer cuento, la historia se desarrolla como una crónica social, a través de las peculiaridades del franquismo y de la conservadora y superviviente visión de la burguesía, descubriendo los entresijos más incómodos de la miseria humana; en el segundo relato, cambiamos de época y de paisaje, y nos encontramos ante la búsqueda del orden a través del caos: el hijo de una oftalmóloga famosa, que va a recibir en su nombre el premio por su investigación, cuyos episodios casi catalépsicos lo ubican en el envés de la trama de su propia vida. Y por último la obra se cierra con un magnífico recuento sobre el oficio de escritor y su cualidad accidental: lección de humildad para muchos.
Mendoza tiene la rara habilidad de entretener y de enseñar. Da pequeñas lecciones sin quererlo. En su universo narrativo la seriedad y su parodia como vehículo crítico, no hacen sino convocarnos a la reflexión y al entusiasmo del buen narrador: el que conoce su oficio, y sabe mantenerse al margen, para que sus personajes tengan algo que decir, a veces desde la caricatura y lo fantástico, otras, desde el dietario de un observador con memoria. De todas formas el análisis de todo el material humano que impregna estos cuentos comprende un itinerario por la acción dosificada, por el giro inesperado, por un planteamiento ambicioso y de factura brillante: directo en la forma y oblicuo en el contenido, con la justa retórica que exige el tema de cada relato. Y aunque quizás no reclame una segunda lectura, su propósito se mantiene en el recuerdo. La sencillez también es memorable.

Óscar Hernández

Una lectura exigente


Apuntes del subsuelo
F.M. Dostoyevski
Alianza Madrid 2002
152 pág.


Éste es el relato de un desconcierto. La impostura aceptada, asumida por el antihéroe en persona. La obra consta de dos partes. En la primera las confesiones del protagonista se dirigen hacia su interior, como si se tratara de un diálogo consigo mismo, sobre su ubicación en ese llamado subsuelo donde la voz cobra una dimensión profética, aunque se trate de un ensayo de conferencia sobre los males del siglo XIX: el dilema entre el romántico y el realista, la arrogancia de la lógica y la superioridad de la conciencia. También la apuesta por la pasividad, como resultado de una observación ácida hacia la actividad vacía de contenido humano.
Es decir, Dostoievski se desmelena, y se despioja la barba. La segunda parte son las circunstancias que sumen a este desconcertado personaje en los subterráneos de su alma y en la soledad. Hay algo del ambiente de San Petersburgo, con su nocturnidad existencialista, hay una descripción del trabajo de oficina y de su miseria, un frustrante retrato de la amistad, de los códigos hipócritas de la sociedad y de la preponderancia del dinero como catalizador de un estatus, una posición que abre puertas y amigos. Por supuesto el spleen también planea: el tedio es un mal del siglo descubierto en el abismo burgués del progreso. Pero todo, contado a través de los ojos de un resentido. Hay mucho resentimiento. Mucho de odiar lo que se codicia, criticar el mundo del que te han expulsado. Por supuesto esto no hace que la crítica sea menos lúcida, por el contrario la hace más humana.
Y eso es lo que nos cautiva de esta extraordinaria joya del pensamiento: su autenticidad corrosiva. Con esta obra Dostoievski emprende sus grandes peripecias filosóficas (Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios) ha sufrido el destierro siberiano, y su rebeldía o crítica social se vuelve más moral, más concreta, más meditada. El individuo ante la sociedad representa la revisión de valores, la crisis de un proyecto ético, sus asideros metafísicos, políticos y religiosos. Estos apuntes parecen, por tanto, constituirse como la antesala lúcida, un conocimiento imposible de descifrar por completo. Una lectura exigente.

Óscar Herrnández