lunes, 11 de enero de 2010

el aprendizaje baldío


El mago
John Fowles
Traductor: Enriqu Hegewicz
Barcelona Anagrama 2002
576 pág.


La novela El mago de John Fowles sorprende y engancha desde la primera página: viaje hacia las profundidades de la psique humana y de sus representaciones varias, ha sido definida por su autor como la recreación del duro oficio de creador. Y es cierto que aunque pueda interesar el argumento, por cierta empatía con las reflexiones del protagonista, por su momento vital, por sus confesiones contradictorias, por su humanidad en peso, quizás lo que sostenga el cúmulo de peripecias, la trama inverosímil y monótona, la sensación como lector de pensar que todo lo que te cuentan, lo que le cuentan al héroe no es real, sea precisamente la búsqueda de sí mismo en la pura niebla de la ficción. Ya lo apuntábamos con Vila-Matas, todo lo que hace Nick, alterego del propio Fowles, es procurarse material literario.
Hablemos un poco del argumento: Nick, un joven profesor que reside en Londres, donde conoce a Allison, una azafata australiana. Ambos mantienen una relación apasionada e inestable, hasta el punto de que él decide marcharse, cambiar de aires. Su destino: un colegio inglés en Grecia. Allí conocerá a Cochinos, el mago, el mentalista, el personaje de mil caras, una especie de guía sádico que le iniciará en el mundo de lo oculto. Pero claro, todo es apariencia. Y cuando la historia del enigmático Cochinos parece cansar con su pasado legendario (relación con los nazis, sacrificio y decisión moral) y sus capacidades psíquicas, la novela cambia de registro: de lo sobrenatural y misterioso pasamos a lo psicológico, o como dice Nick, en paráfrasis: de Henry James he pasado a Kafka. En la isla de Phraxos, en la mansión de Cochinos sufrirá una terapia impuesta, y quizás buscada: todo será pura representación (puede recordar al teatro experimental de Augusto Boal), con el fin de forzar al paciente involuntario a descubrirse a sí mismo ( tal vez por eso se trate de una metáfora del ejercicio creativo, del impulso que te lleva a transformar lo real en ficticio, o viceversa).
En cuanto al estilo se aprecia un andamiaje aparatoso que oculta el edificio que se quiere restaurar. Finalmente, siguiendo el símil, no hay edifcio: sólo un joven asustado, que se debate entre la moral y el instinto. Novela de adolescencia tardía, visión del mundo como puro aprendizaje, muchas veces, baldío.
La lectura de El mago deja un gusto amargo y un interrogante sobre nuestros tabúes, miedos y convenciones. Y no da, afortunadamente, una respuesta definitiva, sólo consigue que sigas preguntándote.

Óscar Hernández

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