miércoles, 20 de enero de 2010

Piedad literaria

La Charca del Diablo
George Sand
Traducido por Matilde Santos
Madrid. Cátedra. 1989
224 pág.

En la relación epistolar entablada con Flaubert, esta excelente escritora, modelo extraño de mujer independiente, aristócrata y liberal, de principios del siglo XIX, le reprocha que no tenga más piedad con sus personajes. Aquél le replicaba que era cuestión de carácter: la imposibilidad de conciliar la realidad con el deseo (dura labor cernudiana) aboca a sus protagonistas a sufrir la censura social, y el propio desfase de su nostalgia ciega: la conciencia del mundo es un enorme y soporífero infierno cotidiano. George Sand, al menos en este cuento cumple con su prescripción terapéutica: redime a sus héroes del sufrimiento y el infortunio, dándoles una segunda oportunidad. Dos visiones, por tanto, dos soluciones contrapuestas propias también de dos estilos muy diferentes. El de Sand, cercano al sentimentalismo romántico, donde los personajes ofrecen un repertorio de reacciones de súbito llanto en la alegría y en la pena que hoy en día nos resulta inverosímil, pero que forman parte de la época (recuérdese obras tan dispares al tiempo que comunes como Werther de Goethe, Adolfo de Constant o Enrique de Ofterdingen de Novalis) y de la concepción estética de una representación de lo emotivo, y una defensa precisamente de la bondad intrínseca del ser humano (la resonancia rousseauniana es evidente). Quizás por eso Sand da una lección moral en esta obra: la fábula del joven labrador viudo, y con tres hijos, que añora terriblemente a su esposa, con menos de treinta años cuyo suegro le anima a volverse a casar. Lo que supone el casamiento por razones prácticas (la candidata a la que ha de cortejar es otra viuda con una buena renta a la que le sigue un pequeño séquito de pretendientes), se convierte en un obstáculo ante el amor nacido del contacto directo, aunque posiblemente censurable, por tratarse de una joven de tan sólo dieciséis años. Esta última reúne sin embargo, a pesar de su edad, las virtudes para ser una buena ama de casa y una perfecta madre para sus hijos, además de ser humilde y honesta. Y estos son los valores que Sand resalta y que utiliza para dulcificar la penuria del trabajo en el campo, de la crudeza, analfabetismo y desamparo real que acompañaba en esta época una vida así. La piedad cristiana invocada, trae la felicidad y compensa tanto sufrimiento. Planteado de esta forma posiblemente sea preferible la incapacidad flaubertiana para trucar el rumbo de sus personajes. Sin embargo La charca del diablo es una obra maestra de la confianza en el ser humano piadoso y cruelmente bueno. Sus referencias a la tradición y su marco irracional, con leyendas y ceremonias trasladan al lector a un mundo perdido e inventado, donde se aprecia el sencillo y magistral engarce de la historia, con unos protagonistas bien dibujados en sus conflictos internos.

Óscar Hernández

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