martes, 19 de enero de 2010

las ruinas de la belleza


Noviembre
Gustave Flaubert
Traducido por Olalla García
Madrid. Impedimenta. 2007
144 pág.





Obra de juventud donde se aprecia la habilidad para la descripción de los sentimientos. El joven Flaubert aborda un ejercicio de estilo, proponiéndose la escritura de algo tan abstracto como la pérdida de la inocencia, el descubrimiento del amor carnal, del sexo. Tras una primera mitad en la que se detiene a contar los altibajos de una adolescencia solitaria, plena de momentos únicos y poéticos, donde un paseo por la playa puede significar el encuentro con un ser superior, donde la incomunicación se nutre del diálogo consigo mismo, donde el mundo, en definitiva, es conquistado por el sentimiento y por el análisis psicológico, el narrador-protagonista se retrata a sí mismo en su soledad alimentada por la imaginación y la épica de la egolatría adolescente: esa vejez disfrazada de juventud, una impostura en el camino, donde el joven se convence poéticamente de su eternidad, al tiempo que se condena a una muerte irreal y también eterna. Este héroe que piensa haberlo vivido todo y saberlo todo, y cuya curiosidad no hace sino acrecentar lo inventado, vive y sabe de su invento, no como artificio, no como algo teatral, aunque lo suyo sea una representación de su ignorancia, más bien su herocidad estriba en el sacrificio de ese mundo creado por su sombra. Será entonces cuando empiece a vivir. Las ruinas de la belleza imaginada provocarán que su idealismo quede empapado de experiencias.
La anécdota que nos ofrece es el del romance con una prostituta, parte central del libro, con momentos arriesgados donde la joven confiesa su virginidad amorosa: en cuanto él le diga que ella supone su primera vez, ésta descubrirá, tras tantos otros hombres, también su primera vez, y por lo tanto a los dos les unirá el vínculo de la belleza, fugaz y cruel. Flaubert vuelve a destacar como narrador : su maestría para la descripción y la composición del espacio es notable: el tálamo donde los dos amantes mantienen sus escarceos, la luz oblicua del sol, las cortinas de terciopelo, los detalles y el tiempo. Más tarde llegará el desencanto. La belleza, antes inventada, será, ahora, recordada y maldecida precisamente por su despiadada precariedad.
Gustave Flaubert renegó de este temprano y precoz trabajo: Noviembre. Fue publicado póstumamente, en 1910. Y es verdad que se trata de una nouvelle irregular, con un comienzo sorprendente cuya cadencia va apagándose a la vez que cansa su monotonía, recurriendo constantemente a una situación estancada. Aparecen buenas ideas, pero se quedan solas ante lo vacío de la experiencia. De todas formas la novela resurge con el retrato de la prostituta y su historia (posiblemente lo más interesante y arriesgado, donde el personaje femenino declara abiertamente su crónica sexual, desde que era una niña). Y muchos huebiesen querido escribir algo así con 20 años. El Flaubert de La educación sentimental y de Madame Bovary iba fraguándose en este hermoso relato sobre la belleza, el sexo, la adolescencia, la soledad y tantas otras cosas que nos convocan y nos conforman proyectando lo que fuimos y seremos.

Óscar Hernández

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