martes, 16 de febrero de 2010

Zig-zag


Proust y los signos
Gilles Deleuze
Traducción de Francisco Monge
Barcelona. Anagrama. 1970
188 pág.


El estudio de la obra magna de Marcel Proust, se nos revela en su profundidad y acierto analítico, como una suerte de invención casi autónoma. Y aunque se haya dicho tanto de En busca del tiempo perdido, de su excepcionalidad y de su trascendencia en la historia de la literatura del siglo XX, el estudio de Deleuze, un referente clásico en estos días, nos invita a la releectura paciente de una obra posiblemente inagotable. Y nos aleja de la creencia de aceptar ciertas claves centrales hasta el momento, para seguir reflexionando sobre los recuerdos novelados, estudio psicológico y la concepción del arte como salvación ante el tiempo imparable. Lo que busca Proust es la verdad y la perspectiva temporal hará su aportación.

Deleuze nos advierte que a pesar del papel trascendente de la memoria, su pulsión involuntaria, el mecanismo de asociación de imágenes que traslada al héroe a un estado de renacimiento casi inconsciente, lo que realmente supone una aportación original es el esfuerzo de la inteligencia y de la intuición por parte del narrador de esclarecer su vida, de crear su obra-vida. La vida como obra de arte para poder salvarla de la muerte, es decir del olvido. El yo emocional tiene esa importancia estética y moderna (luego llegarán Joyce, Woolf, Beckett..., y nos hablarán de otros mecanismos desde un excepticismo y silencio más probable).

Gilles Deleuze hace un recorrido exhaustivo por las siete novelas que conforman uno de los corpus literarios más soberbios (para algunos eternamente aburridos, para otros testimonio insólito de una vida consagrada a la literatura). Las referencias a Las mil y una noches, a Balzac y a Chateaubriand son claras, pero también a Laclos y a Dostievski con la explicación instructiva de Los hermanos Karamazov que el protagonista le hace a Albertina. El fundamento filosófico de Bergson también es evidente. Por eso lo que origina el interés de este ensayo es la revisión de ciertos mitos que planean en torno a la investigación de la obra proustiana. La magdalena del principio o la loza del final, como recursos estilísticos, no hacen sino esconder la materia prima con la que se construye el tiempo buscado: el recuerdo es una ficción sustentada por los signos, que no son otra cosa más que una combinación de realidad tangencial e incognita intuitiva e indescifrable. Un ejemplo que da Deleuze: cuando nuestro narrador-protagonista contempla el paisaje desde un tren yendo de un lado a otro, y observa la imagen que se ofrece en una ventana y en su opuesta, lo que interesa es ese movimiento de zig-zag: la superposición de planos y perspectivas como paso previo para una obra totalizadora. Para ello es necesario concebir el mundo como algo descifrable, hasta cierto punto (el de la obra de arte). El amor es la interpretación de los signos de la persona amada, por ejemplo. La labor interpretativa se sustenta en la capacidad de metaforizar. Quizás por eso en la última novela: El tiempo recobrado, una especie de tratado estético donde se puntalizan y se justifcan los planteamientos de toda la obra, el narrador apueste por la literatura antes que por la vida.


Óscar Hernández

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