sábado, 21 de noviembre de 2009

imaginaciones

La imaginación
Jean Paul Sartre
Traducción de Carmen Dragonetti

Barcelona Edhasa 1979
129 pág.


¿Qué se propone hacer Sartre en este pequeño estudio? Demostrar que la imagen, su concepto como imagen-cosa no se sostiene. Para ello decide emprender un viaje por el pensamiento moderno. Según su tesis, las tres soluciones dadas sobre el problema de la imagen, en su relación epistemológica con la realidad psíquica, dada por Descartes, Hume y Leibniz se mantienen, sin haber sido, sustancialmente, superadas por el psicologismo de entre siglo. Para Descartes la imagen es una afección física, la imaginación o conocimiento por imágenes es diferente del entendimiento: la imagen es una idea falsa. Para Leibniz la imagen está penetrada de intelectualismo, no la separa como Descartes del pensamiento. La imagen en Leibniz remite a un contenido inconsciente. La oposición cartesiana queda resuelta igual con Hume (la tercera solución) pero de otra foma más radical: todo el pensamiento es un sistema de imágenes.


Lo que tienen en común estas tres opciones, es la consideración de la imagen como una cosa. Esa inercia de la que habla Sartre en el prólogo, que le confiere una existencia autónoma a las cosas no debe confundirse con la conciencia. Y si como cree Sartre la conciencia es un para sí y no un en sí (como el ordenador donde escribo) cuyo existir es tener conciencia de dicho existir y la imagen es una forma de conciencia, la imagen nunca podrá ser un en sí, es decir una cosa. ¿Pero todo se funda en una creencia? Puede ser. Sartre sólo se propone (y no es poco) demostrar los errores lógicos y el desenmascaramiento del positivismo, fundado en cierta lógica-metafísica. Y según su opinión la principal causa de esta lista de invenciones fallidas es la cosificación de un acto de la conciencia, cuya esencia precede a sus existencia (¿no es eso fundar una metafísica?).


El filósofo francés lleva al lector de la mano y lo introduce en un bosque, y a veces lo abandona allí. O quizás lo lleve a un bosque inventado, como de cartón. Lo que más nos llama la atención sobre este estudio es el acercamiento a los postulados de otros filósofos sobre la imagen. Esta especie de arqueología del saber (a la manera de Foucault) nos devuelve el interés por los sistemas de pensamiento moderno, sean mecanicistas o espiritualistas, sean deductivos o inductivos, sean racionalistas o empíricos. Y nos quedamos con la defensa de Husserl (el único al que salva casi enteramente, quizás porque la obra sartreana esté fundada, en parte, en un planteamiento fenomenológico). Al mismo tiempo conideramos que la tentativa de Sartre en este opúsculo, es la de salvaguardar el concepto de imagen de los reduccionismos, conferirle a la propia imagen una entidad propia (no autónoma) sin cosificarla, y reivindicarla como una forma legítima de conocimiento.





Óscar

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