lunes, 30 de noviembre de 2009

el infierno cotidiano

Inferno
August Strindberg
Traducción de Mauro Armiño
Valdemar. Madrid. 2001
251 pág.


Cuando el lector se enferenta a este texto, no sabe bien si lo que está leyendo es una ficción o el testimonio de un enfermo. El propio autor va dilucidando esta vacilación. Puede convencerle o no al lector del siglo XXI las propuestas sobre lo que le ocurre a nuestro protagonista. Es verdad que la razón no lo explica todo (quizás no lo deba explicar todo, pero eso ya es una consideración moral).
La anécdota con la que comienza (aunque creemos que es una continuidad no un inicio) es el sentimiento de alegría del propio Strindberg (cronista de sus andanzas por este infierno cotidiano) por dejar a su esposa (una de ellas). Y embarcarse en los devaneos de la alquimia. Nunca queda claro cuál es el relato de supervivencia y cuál el de la aventura que le conduce a sufrir episodios extraídos de una novela de terror (quizás eso explique la edición gótica de Valdemar).
De Strindberg conocíamos una selección de sus obras de teatro (sobre todo La señorita Julia) lo que nos había impactado, en cuanto a la capacidad de análisis psicológico de los personajes. Y eso es lo que rescatamos de este testimonio trufado de teosofía y alquimia, de Swedemborg y de magia negra. Strindberg y su sufrimiento se contextualizan en los finales del siglo XIX, donde ya ha golpeado Nietszche y el nihilismo, pero también el positivismo y su arrogancia e indiferencia por los asuntos espirituales. Strindberg y sus sufrimientos literariamente elaborados con un continuo cuestionamiento del propio protagonista sobre la coherencia y la validez lógica de lo que le está sucediendo (ataque sistemático de los demonios o potencias), nos sirve como guía para acercarnos a una frontera donde la concepción animista de la naturaleza iba desmontándose ante los avances de la ciencia.
Pero no sólo eso se encuentra el lector. El relato de terror queda subrayado con la conclusión del personaje (o el yo testimonio): vivimos en un infierno y los espíritus son benévolos, son los muertos que nos ayudan e instruyen, y nos motivan para ser mejores (o no).
En cualquier caso, la misoginia y la ambigüedad, el desequilbrio y el genio se dan de la mano en este, por momentos, fantástico, y, por momentos, desolador relato de andanzas medievales sobre un hombre atrapado en varios mundos que describe el mal en los hombres a todos los niveles (desde el más extraño hasta el más cotidiano). La conciencia contiene fantasmas que interactúan en un torbellino de experiencias que levantan el argumento de la obra. Su cronología es la del propio yo atormentado. Por eso la dimensión espaciotemporal se presenta difusa. Nos encontramos ante la densa atmósfera de lo humano y de su conocimiento radical. El infierno como estación de paso o de redención.

Óscar

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