lunes, 28 de diciembre de 2009

el horror


El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad
Madrid. Alianza editorial. 2008
208 pág.



Marlow el contador de historias refleja al navegante, al aventurero y al nómada, que fue el propio Conrad, ávido de material literario, de convertir lo vivido en dicho material. En obras como Lord Jim también nos seduce con su memoria y su incontinencia verbal, y aquí a bordo de un barco en el río Támesis invoca al pasado, en el crepúsculo. Envueltos en una misteriosa luz cotidiana, Marlow y su reducido foro, compuesto por los compañeros navegantes que veladamente escuchan otro de sus tantos relatos, recuerda cómo aquél también fue un lugar oscuro: hace casi un milenio los romanos se encargaron con sus trirremes de disipar esas tinieblas (¿disiparlas o suplirlas por otras?).
La incursión por el interior de un país africano, como empleado de una empresa mercantil, lo conducirá a conocer los desmanes de la colonización y a una víctima de la propia civilización que representa, Kurtz, otro empleado más, convertido en dueño y señor de ese mundo y de sus gentes, metáfora y realidad de una crueldad humana que el propio Conrad vivió: durante un trabajo, también comercial, en el Congo Belga de finales del siglo XIX, bajo la cruel política colonial del rey Leopoldo II.
La anécdota, basada en la propia experiencia del escritor, sirve como excusa para indagar en el corazón humano. Una de las características de la narrativa de Conrad es precisamente esa. Cubierto por una aparente actividad externa, plena de peripecias y aventuras, lo que importa aquí es el análisis filosófico y psicológico de los comportamientos humanos. A eso le unimos el estilo peculiar, constituido por la multiplicidad de voces, y por una estructura, impulsada por el ritmo interno del relato, desde la entrevista de empleo con aquellas dos señoras kafkianas (apelativo anacrónico), ante la puerta, que haciendo punto cuidan de los visitantes que se acercan, pasando por la navegación fluvial remontándose río arriba a medida que se nos desvela, se nos insinúa, se nos mitifica, con referencias externas, la sombra de Kurtz, un hombre atrapado en su propio laberinto, hasta llegar al encuentro con la viuda de aquél, donde Marlow vuelve a invocarlo, la memoria fabricada es la que indaga. "El horror", son las últimas palabras que pronuncia, el sustantivo revelador ante la muerte.
Lo que más nos llama la atención es el propio Kurtz a través de Marlow, la dosificación de su relato, y la construcción del personaje por la huella que ha dejado en los demás. Por eso el testimonio ayuda, pero también lo que no se dice. Es un protagonista hecho con el silencio de su narrador.
Óscar Hernández

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