viernes, 4 de diciembre de 2009

Todo es ficción y la ficción es real


El viento ligero en Parma
Enrique Vila-Matas
Sexto Piso. Barcelona. 2008
215 pág.




Cuando leémos a Vila-Matas leémos a un lector que explora abismos y pasea con el Doctor Pasavento y nos habla del llamado mal de Montano, y nos invita a París con Marguerite Duras, o nos conduce por un viaje vertical donde conocemos a Bartleby y compañía.
También nos habla de Perec y de Bolaño, de Sergio Pitol, de Robert Walser, de Kafka y de Trsitram Shandy. Y de Portugal, de sus viajes y de sus obras favoritas, de su vida, de Pessoa, de cómo vivir, de cómo morir, de Montaigne y nos regala mil y una anécdotas (por ejemplo: el encargo de la revista de cine Fotogramas sobre la traducción de las respuestas de un cuestionario hecho a Marlon Brando, que por no saber inglés llegó a inventarse. Y de cómo recibía, desconcertado, las críticas, indirectamente, de una conversación ajena entre Juan Benet y Gil de Biedma que apoyados en la barra de un night club de Barcelona comentaban lo insulsas que le parecían las declaraciones del actor hollywoodiense).
Este hombre es el perfecto desconocido, el identificado con todos y con ninguno. Desaparece como Arkadin a medida que lo creemos conocer. Su presencia es ficticia pero su vida también lo es.
Gracias a este hombre hemos disfrutado con la literatura y con todos sus prefacios, itinerarios de viaje, cuentos imposibles, cuentos clásicos, cuentos rusos, cuentos del revés (y con sus reelecturas, claro: Roussell por ejemplo y su Locus Solus).
Gracias a este personaje de sí mismo y a sus libros, nos cuesta menos explicar nuestra enfermedad libresca. Sus andanzas se convierten en las del propio lector que vaga como un ciego expropiando con las manos y el aliento los espacios inventados, los recuerdos inventados.
Este viento ligero en Parma nos levanta el ánimo, y por momentos también nos aburre, porque hay veces que hasta este reinventor de la realidad y del ensayo, como género propio, se repite como el ajo (por supuesto nos gusta el ajo). Y así nos quedamos con el propio interés, la curiosidad y la envidia que nos despierta el hecho de que este hombre hable de gente que también admiramos, y cuente anécdotas tan extraordinarias por lo que de cotidianas tienen en la misma vida de Vila-Matas: es imposible, nos decimos, que este hombre viva diariamente así. Será que lo condensa todo, que lo filtra y luego lo empapa con un estilo rocambolesco y documental: testimonio de sí mismo como ficción, búsqueda en las grutas de la memoria de material literario con el que sobrevivir y seguir avanzando.
De esta miscelánea de textos (conferencias, ensayos, breve autobibliografía comentada) nadie que busque el estilo de Vila-Matas quedará defraudado. Retenemos la aventura en París con su mujer y Sergio Pitol en busca de los restos de una librería clandestina donde solía pasar Borges (y al parecer lamentarse de que quizás nunca lleguemos a tener verdaderos recuerdos de cuando éramos jóvenes, aquello de que los recuerdos son recuerdos de recuerdos). Con un Pitol entusiasmado se adentran por las calles de París, llegan a la dirección donde se encontraba la antigua librería. Esa dirección corresponde a un edificio de varias viviendas. Una vez llegados a la planta, donde se supone se encontraba el enigmático local, la memoria de Vila-Matas flaquea y no recuerda si se trata de la puerta izquierda o de la derecha. Prueban en una y no contestan. A sus espaldas se abre la puerta de la otra vivienda y aparece una entrañable vieja, quizás sonriente aunque desconfiada, a la que un Pitol eufórico le pregunta por Jorge Luis Borges: sí viven aquí, dice la anciana, pero hace tiempo ya que no vienen.
De esto precisamente tratan los textos, tan bien editados en sexto piso. Su, digamos, impostada tesis (quizás más cierta de lo que queremos reconocer) es la siguiente: todo es ficción y la ficción es real.

Óscar Hernández

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