jueves, 10 de diciembre de 2009

Mal de amores


Mal de piedras
Milena Agus
Traducción de Celia Filipetto
Siruela. Madrid. 2008
113 pág.



La breve pero densa novela de la italiana Milena Agus nos acerca al abismo de las dicotomías: lo real y lo ficticio, la cordura y la locura. Ese abismo es salvado a lo largo de la crónica que hace la nieta de la protagonista, donde aparecen personajes un tanto literarios, como la propia Abuela (llamada así) o el Veterano. La historia cuenta los desmanes del corazón humano, cómo cada uno puede crearse el universo que le conviene, y si recibe un poco de colaboración de los demás, cómo puede ese universo convertirse en el único. Por ejemplo para que yo escriba esta reseña, es necesario haber leído el libro y haber, como mínimo, intentado interactuar y complicarme con los mundos que nos vamos encontrando en la historia: la segunda guerra mundial, el fascismo, la diferencia social y cultural entre Cerdeña y la península itálica, y por supuesto el relato amoroso que se establece entre el Abuelo y la Abuela (con sus fantasías de casa de citas) en un mundo rural y cerrado, sordido y triste, en contraste con aquella aventura amorosa protagonizada por el Veterano durante la estancia en un balneario donde la Abuela irá a curarse del mal de piedras (problemas renales). Todo puede considerarse una metáfora del oficio (perdón, de la necesidad) de ser escritor, porque mientras esta Abuela en su juventud fue apartada y silenciada y tachada de loca, no paraba de escribir e inventarse mundos paralelos. Su demencia era la siguiente: protagonizar, en su imaginario, historias amorosas con jóvenes desconocidos y pasar a la desesperación y al intento de suicidio cuando se daba cuenta del desfase entre la realidad y la ficción. Pero es que resulta que ella escribía, se refugiaba en eso, y vivía, fabricando con o sin el consentimieno de los demás, los mundos paralelos, extraídos del material literario que surge de estas vivencias radicales e inventadas. Es la metáfora del escritor solitario (quien mejor que una mujer de esta época para protagonizar esa necesidad estética mutilada por lo social y lo cultural). Para variar, y ya era hora, es una mujer la creadora, y su cómplice, otra mujer, su propia nieta.
Es una novela breve pero densa, porque está plagada de pequeñas historias que se van reconstruyendo y deconstruyendo a medida que esta nieta decide contarla, contándose a sí misma, explicándose con los recuerdos especiales de la Abuela, la verdadera escritora del libro que el lector tiene en sus manos.

Óscar Hernández

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