jueves, 10 de diciembre de 2009

el mundo y las palabras

Las palabras
Jean-Paul Sartre
Traductor: Manuel Lamana
Alianza. Madrid. 1982
170 pág.

Nos encontramos ante el testimonio de los primeros años de la vida del filósofo. Un niño prodigio que aprendió a leer solo, un niño huérfano de padre que olvida pronto al padre, cuyas figuras de autoridad más destacadas serán por este orden: su abuelo, un prestigioso erudito, Charles Schweitzer, su madre, la hija de éste, Marie-Louise, y su abuela, Louise, la esposa de aquél. El niño heredará la estatura física de los Sartre, será bajo aunque su abuelo no querrá admitirlo, quedará ciego de un ojo y no será agraciado. No tendrá muchos amigos en los años de formación, no querrá sino destacar, ser el centro, volver al centro porque una vez perdido, por la mirada de los otros, vagará buscándolo y lo encontrará en los libros, protagonizará las típicas aventuras, las hará suyas, descubrirá a Flaubert y a Baudelaire y los hará suyos.

Se habla de un tutor decimonónico, el abuelo, resentido con los alemanes por la guerra franco-prusiana, y la pérdida de Alsacia y Lorena. El futuro que le desea a su nieto es el de vengador cultural de esta derrota y de sus consecuencias en la enseñanza universitaria. Se habla de una abuela volteriana sin haber leído a Voltaire, ferviente lectora de novelas de amor. Se habla de una madre educada para ser comparsa del marido, cuya única motivación es el hijo huérfano, siempre bajo la atenta, severa y buscada mirada del padre, el abuelo del niño. Pero sobre todo se habla, nos habla un Satre cerca de los sesenta años, de cómo se fraguó el autor de La náusea. Un niño, cuyas peculiaridades, lo convertían en el foco de atención y en el mono de feria. Y es increíble, cómo, por pura imitación, se inventaba los cuentos que aún no podía leer, y cómo tras un tiempo de hacerlo, esos enigmáticos signos se convertían en seres animados, sentidos y experimentados a través de la sinestesia, hasta ser descifrados.

Nos encontramos ante otro caso de acercamiento temprano a los libros (Borges, Todorov, Manguel, Cortázar...), sólo que esta vez el Sartre que recuerda nos racionaliza de forma sorprendente (y quizás en parte inventada) a través de un análisis psicológico, lo que supuso dicho descubrimiento. En su caso, tanto la lectura como la escritura (ya escribía novelas con ocho años) no sólo supusieron un refugio, una pose, una máscara o una identidad, sino que se convirtieron en el propio mundo. Él mismo dice que durante mucho tiempo confundió el mundo con las palabras.Vale la pena comprobar cómo uno de los pensadores más relevantes del siglo XX se dirige hacia sí mismo su poderoso ejercicio de interpretación. A todos sus parientes parece ponerlos en su sitio, y quizás por eso resulten sacados de una novela. El héroe, el propio Sartre, descubrirá tras ese análisis filosófico, su porvenir (máquina de hacer libros, como diría Chateaubriand de sí mismo).


Óscar Hernández

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