jueves, 10 de diciembre de 2009

la ausencia


En ausencia de Blanca

Antonio Muñoz Molina
Alfaguara. Madrid.1998
127 pág.




La novela de Muñoz Molina, pequeña obra maestra, reduce lo clásico del amor, su duración su incompatibilidad con lo estable, en una hermosa metáfora que por momentos se mezcla con la realidad, y que recuerda a una novela de K.Dick. ¿Quién es esa Blanca que parece ser ella pero que no lo es? No se analiza demasiado, ni se explica (ni falta que hace) la presencia de esta replicante fallida, más perfecta que la propia Blanca quizás, con menos conflictos. Lo que le interesa al autor, supongo que es la descripción de la huella indeleble e intransferible de un amor que arrasa y subyuga. Mario López, un joven funcionario, se nos presenta anodino y con una rutina insoportable, casi un muerto en vida. Blanca viene a poner remedio a eso. Todo lo contrario a Mario, Blanca es apasionada, inestable, creativa y con inquietudes intelectuales y artísticas, y por eso no puede estar en un mismo sitio. Por eso el sitio que le ha construido este Mario salvador, compensatorio de neurosis y vaivenes emocionales (una roca sin quererlo) se convierte a la larga en una cárcel. Pues bien de esa incompatibilidad de carácteres en el amor convertido en clásico por el cine (véase Annie Hall de Woody Allen) trata esta pequeña gran historia, que sabe convencer en su morosidad por lo breve y el detalle, por lo íntimo y difícil de contar (recuerda a La escala de los mapas de Belén Gopegui). Pero Muñoz Molina, como parece ser habitual en sus novelas, se ocupa y se precoupa por trufar el argumento con un contexto real e histórico. En este caso la excusa dramática es la del choque de caracteres, Mario, seis años mayor, pertenece a una familia humilde, sus costumbres son pueblerinas y sólo ha tenido una novia: ha recibido una educación donde lo que impera es el plano real, el ganarse el pan con el sudor de la frente y todo eso. Mientras que Blanca es de familia pudiente acostumbrada al dinero y a meditar desde el ocio sobre su existencia, por supuesto su vida sexual ha sido un tanto más entretenida y abierta. Son los años 80 en España y se dan referencias al arte, a su valor relativo y a su periferia, pero también a la política. Si es verdad que Muñoz Molina inserta a sus personajes en un pasado reconocible, en este caso la relevancia no viene desde el plano social, sino desde el íntimo y sentimental. A la manera de Flaubert, Molina nos acerca a un desencanto meditado, socialmente explicable pero fundado en la obsesión y la fidelidad, quizás un tanto conservadora de Mario López. Dos maneras de acercarse al amor que pueden identificarse con dos generaciones distintas. Sin embargo este marco de justificaión se desmorona en la solución que da nuestro protagonista: el tú amoroso que podía darle todo lo correcto, lo ideal, lo construido por los poetas (Salinas por ejemplo, antes de leer sus cartas a Catherine Whitemore) no le sirve, quiere la Blanca de verdad, la irracional, la que le produce sufrimientos (dósis de masoquismo inherente a toda relación pasional). En ausencia de Blanca, Mario reconstruye su porvenir con su pasado más inmediato, el único que le interesa, el de la verdadera Blanca, perdido ya para siempre.
Óscar Hernández

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