martes, 15 de diciembre de 2009

El lector duplicado


Vals de Mefisto (Los mejores cuentos)
Sergio Pitol
Anagrama Narrativas hispánicas
Primera edición, 2005.
Pág. 243




Nos encontramos ante una de esas perlas indiscutibles del género. El Vals de Mefisto se convierte, como mínimo, en una lectura múltiple de la realidad; un especial aleph que contiene el tiempo y el espacio necesarios para el naufragio que posibilita la lectura. Una mujer viaja de Veracruz a México mientras reflexiona sobre el deterioro en su vida matrimonial. Un objeto cae a sus pies y causalmente resulta ser una revista donde está publicado un cuento escrito por su marido en base a una temporada pasada en Viena, y en concreto una ficción que gira en torno a posibilidades de lectura que ofrecen la audición de un concierto donde se interpreta Mephisto-Waltzer del compositor húngaro Franz Liszt. La mujer que lee es un trasunto de nosotros, con la salvedad de que ella ya conoce el texto e interfiere en nuestra interpretación. De esta forma y cual si fuera la magdalena proustiana, la revista es el detonante que recrea de forma magistral el acto de la creación. Porque en sí el texto es la tragedia del demiurgo abocado a la ambigüedad de una situación que pareciera ser anodina: nos referimos a aquello que intenta interpretar Guillermo -Torre (marido-personaje), y que es el cuento, la relación entre el pianista y alguien situado en un palco. Así pues, dos mundos se nos insinúan en el cuento de Pitol: por un lado la lectura doble de la mujer que lee (relee) el cuento de su marido y nosotros que lo leemos todo, y se nos reclama le relectura también; y por otro lado, el cuento en sí escrito por el marido y que representa, como ya decíamos, el oscuro epicentro de lo creado y por crear. La revista y la audición son los detonantes de todo espacio y todo tiempo que encierra el cuento y nos abraza con su candoroso aliento de tinieblas. Bendita oscuridad... a veces me imagino que la materia oscura tan buscada, está ahí, en esa metaficción que tanto han tratado autores como Villa-Matas, Carver o el propio Pitol, y que son, en último término, espejos donde nos reflejamos. La orgía que provoca el violín de Mefisto se diluye en el piano y en los gestos del pianista y la caverna donde Fausto desentierra su ser-vampírico.






Magníficas interpretaciones de este Mephisto-Waltzer. Las imágenes de una secuencia anodina se nos vierte como vino, y cualquier gesto, mirada, o sensación provocan el abismo de la turba o el baile de la prostituta con la muerte (El maestro y Margarita). O siquiera las eternas relaciones sentimentales como trasuntos de la creación.

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